Inundaciones y Ego: La Distancia Entre los Políticos y la Realidad


Los políticos, esos seres que se presentan ante la sociedad como iluminados por una estrella única, tocados por un misterioso don que les ha conferido una misión suprema: el bienestar del pueblo. Bajo el pretexto de la vocación, construyen un relato que los pone en un pedestal, como si su entrada en el mundo de la política fuera un sacrificio personal por el bien común. Sin embargo, la realidad dista mucho de esa narrativa idílica.

En el fondo, son personas que han encontrado en el poder una herramienta para asegurarse un estilo de vida cómodo, lujoso, plagado de privilegios que los sitúa lejos de las preocupaciones cotidianas de los ciudadanos que dicen representar. En el último rincón de sus prioridades parece estar el verdadero bienestar del pueblo. Lo que realmente importa es perpetuar su posición, ampliar su influencia y, sobre todo, ganar el eterno juego de culpas y confrontaciones.

Un ejemplo reciente y lamentable lo encontramos en las inundaciones de Valencia, un desastre que ha dejado a muchas personas en situaciones de auténtica desesperación. Hogares destrozados, familias sin recursos y una lucha diaria por conseguir algo tan básico como un plato caliente. ¿Y qué hacen los políticos? Lejos de coordinarse y buscar soluciones efectivas, dedican su tiempo a lo que mejor saben hacer: el cruce de acusaciones. Se lanzan recriminaciones públicas sobre quién tiene la responsabilidad, quién gestionó peor, quién invirtió menos en prevención o quién abandonó a los damnificados.

Mientras los afectados miran impotentes cómo el agua les arrebata lo poco que les quedaba, sus supuestos representantes se enzarzan en batallas de egos. Compiten por el control del discurso mediático, preocupados más por quién gana el relato que por quién ayuda al necesitado. Las cámaras captan visitas rápidas, declaraciones huecas y promesas que todos sabemos que quedarán olvidadas cuando las luces se apaguen.

Esta situación no es una excepción, sino un síntoma de un sistema político que parece haber perdido de vista su razón de ser. La tragedia humana se convierte en un escenario para el espectáculo político, un terreno fértil para la demagogia y el oportunismo. Y mientras tanto, las personas siguen atrapadas, no solo por el agua, sino por la indiferencia de quienes deberían estar a su lado.

En un mundo donde los políticos parecen vivir en una burbuja de privilegios, lo único que crece más rápido que los desastres naturales es la distancia entre ellos y la gente que dicen servir.