El Fantasma del Fascismo: Una Alarma Global


Hoy, mientras escribo estas líneas, siento un nudo en el estómago. No es solo porque las sombras del fascismo que creíamos enterradas para siempre están resurgiendo con fuerza inusitada; es porque estamos permitiéndolo. Sí, nosotros, los ciudadanos de este mundo globalizado y supuestamente ilustrado, estamos dejando que el mismo virus que asoló Europa y gran parte del planeta durante la década de 1930 regrese, ahora vestido con nuevos ropajes, pero igual de letal.

¿Qué ocurrió en aquellos años? Millones de vidas se extinguieron bajo el peso de ideologías totalitarias que prometían orden, seguridad y grandeza, pero que en realidad trajeron muerte, destrucción y hambruna. La Segunda Guerra Mundial no fue solo una contienda militar; fue un genocidio masivo, una catástrofe humanitaria sin precedentes donde Europa quedó reducida a escombros y millones de personas murieron por hambre, persecución o en campos de exterminio. Pero ¿quién recuerda ya esos nombres? ¿Quién habla hoy de Auschwitz, Guernica o Hiroshima más allá de los libros de historia?

Mientras tanto, aquí estamos, otra vez al borde del abismo. El fascismo, esa plaga insaciable que se alimenta del miedo, la desinformación y el odio, está infiltrándose en todas las esferas del poder: política, económica, cultural e incluso digital. Las mismas herramientas tecnológicas que prometían democratizar el conocimiento y conectar al mundo se han convertido en plataformas para difundir propaganda, manipular mentes y controlar información. Los algoritmos no son neutrales; están siendo utilizados como armas para silenciar voces disidentes y reforzar narrativas autoritarias. Y nosotros, ¿qué hacemos? Nos distraemos con trivialidades, consumimos entretenimiento superficial y nos obsesionamos con cuestiones superficiales mientras nuestras libertades se erosionan poco a poco.

Observo cómo nuestro tiempo se dilapida en debates absurdos sobre quién besó a quién, qué influencer lleva la moda más extravagante o cuál será el próximo anime de moda. Es comprensible, quizás inevitable, que busquemos evadirnos de una realidad cada vez más opresiva. Sin embargo, esta evasión colectiva es precisamente lo que los fascismos necesitan para prosperar. Mientras nos entretienen con "dibujitos" y noticias sensacionalistas, ellos consolidan su poder, erosionan nuestras instituciones democráticas y construyen una sociedad vigilada y controlada donde pensar diferente puede volverse peligroso.

Pero la culpa no recae únicamente en el pueblo. Aquellos encargados de proteger las democracias, de velar por los derechos humanos y garantizar que nunca más ocurran tragedias como las del siglo XX, también han fallado miserablemente. Muchos políticos, funcionarios y líderes globales han optado por mirar hacia otro lado, priorizando sus intereses personales y su supervivencia dentro del sistema antes que el bienestar colectivo. Prefieren jugar a la política partidista, hacer tratos sucios y perpetuar estructuras injustas en lugar de enfrentarse al verdadero enemigo común: el resurgimiento del fascismo.

La historia nos ha demostrado que cuando el fascismo gana terreno, nadie escapa ileso. Ni siquiera aquellos que inicialmente lo apoyaron pensando que podrían beneficiarse de él. La máquina de guerra fascista no tiene piedad ni aliados permanentes; devora todo lo que encuentra a su paso hasta que no queda nada más que ruinas y lamentos. ¿Es esto realmente lo que queremos para nuestros hijos y nietos? ¿Es esta la herencia que deseamos dejarles?

Es hora de despertar. No podemos seguir fingiendo que todo está bien mientras las alarmas suenan a todo volumen. Necesitamos recuperar nuestra capacidad crítica, informarnos desde fuentes confiables y denunciar cualquier intento de manipulación o censura. Debemos exigir responsabilidad a nuestros representantes y trabajar juntos para construir un mundo más justo, inclusivo y resiliente. Porque si no lo hacemos ahora, corremos el riesgo de repetir los errores del pasado... y esta vez, podría ser peor.

No olvidemos las lecciones de la historia. Recordemos a las víctimas inocentes, a las familias destrozadas, a las ciudades arrasadas por el odio y la ambición desmedida. Honremos su memoria resistiendo activamente contra cualquier forma de fascismo, sea cual sea su máscara. Porque el precio de la indiferencia es demasiado alto: millones de vidas perdidas, generaciones enteras marcadas por el sufrimiento y un legado de dolor que tardará décadas en sanar.

El fascismo no espera permiso para actuar. Tampoco debemos esperar a que sea demasiado tarde para detenerlo.