La toma de Berlín por los aliados, tanto de un bando como del otro, significó la caída del régimen de Hitler y de la Alemania nazi. Sin embargo, en ningún caso representó la erradicación del nazismo ni del fascismo. Con gran habilidad, estas ideologías lograron camuflarse en distintos sectores sociales, manteniéndose latentes y esperando tiempos más propicios para resurgir y recuperar el control.
Hoy han vuelto, y esta vez están ampliando sus tentáculos por todo el globo. Han aprendido de sus errores pasados: ya no buscan tomar el control por la fuerza de las armas, sino mediante el poder de la información. Estas ideas se han implantado en países de Sudamérica, Europa, América del Norte e incluso en Oriente Medio. La mancha del fascismo se extiende, ocupando mucho más territorio del que Hitler jamás hubiera podido soñar.
Lo están consiguiendo gracias a una estrategia que dominan a la perfección: explotar las debilidades de los partidos que han ostentado el poder en las últimas décadas. Estos partidos, acomodados y atrapados en dinámicas de amiguismo y corrupción, no han sabido reaccionar. La ciudadanía, cada vez más empobrecida y con un futuro incierto, les ha dado la espalda, facilitando el avance de estas ideologías.
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