El resurgimiento del fascismo: una mirada al fracaso colectivo


La historia nos ha mostrado, con sangrientos ejemplos, las consecuencias del odio, el autoritarismo y la avaricia desmedida. Sin embargo, menos de un siglo después de la Segunda Guerra Mundial, los demonios del fascismo vuelven a emerger de las sombras. Este resurgimiento no es un accidente ni una anécdota, sino una consecuencia directa de la incompetencia de los mandatarios en todos los niveles y de nuestra incapacidad como sociedad para aprender las lecciones del pasado.

La avaricia como motor de la decadencia

La avaricia, un rasgo inherente a las élites políticas y económicas, ha demostrado ser un veneno que corroe los pilares de las democracias. En lugar de construir sistemas equitativos y sostenibles, los líderes se han enfocado en acumular poder y riquezas, ignorando las necesidades básicas de la mayoría. Esto ha generado desigualdades cada vez más marcadas, dejando a amplios sectores de la población en una situación de vulnerabilidad extrema.

Este contexto de injusticia social se convierte en el caldo de cultivo perfecto para que el fascismo encuentre un terreno fértil donde sembrar su mensaje de odio y exclusión. Promesas vacías de estabilidad y prosperidad son acogidas por quienes han sido abandonados por los sistemas democráticos, creando un círculo vicioso que amenaza con repetir los errores del pasado.

La incompetencia de los líderes

La incompetencia política, que se manifiesta en decisiones miopes y una falta de visión a largo plazo, ha exacerbado esta situación. Los gobiernos, más preocupados por mantener el poder que por resolver los problemas reales de sus ciudadanos, han perdido credibilidad. Cada crisis mal manejada, desde el cambio climático hasta las pandemias, alimenta la percepción de que las democracias no funcionan.

Este vacío de liderazgo es aprovechado por movimientos autoritarios que ofrecen soluciones rápidas y simplistas, aunque peligrosas. En este escenario, el fascismo deja de ser un fantasma del pasado y se convierte en una opción viable para quienes buscan desesperadamente un cambio.

La falta de aprendizaje colectivo

Es alarmante cómo, pese a los horrores vividos en el siglo XX, no hemos logrado internalizar las lecciones más básicas de la historia. La convivencia pacífica, la inclusión y la justicia social siguen siendo metas lejanas en un mundo dominado por intereses particulares y conflictos de poder. Esto refleja una profunda crisis de valores, donde la empatía y la cooperación han sido relegadas por la competencia y el egoísmo.

El fascismo, como cualquier ideología extremista, se nutre de nuestra incapacidad para construir sociedades justas y equitativas. Mientras no abordemos las causas profundas de esta crisis, como la desigualdad, la corrupción y la polarización, seguiremos siendo vulnerables a su avance.